Bienvenidos a Destrabalenguas

Este blog de Lengua y Literatura ha sido creado para alumnos de primero y segundo año del Colegio Técnico 707 y para todos aquellos que quieran compartir este espacio, cuya finalidad no es nada más ni nada menos que comunicarnos. La excusa: compartir actividades de escritura, lecturas, videos e imágenes que nos despierten ideas, opiniones y sentimientos, dignos de ser compartidos a través de la escritura.
Además, tendremos un espacio especial para compartir enlaces referidos al área de Lengua y sus contenidos, realizar ejercicios y despejar las dudas que surjan dentro y fuera del aula. ¡Bienvenidos!
Prof. Silvia Almada - Prof. Constanza Molina



jueves, 22 de septiembre de 2011

Poemas y canciones


El poema es una composición literaria que se concibe como expresión artística de la belleza por medio de la palabra y que está sujeta a la medida del verso. Se suele distinguir la poesía lírica  de la narrativa (o épica): La lírica está destinada a transmitir sentimientos, emociones o sensaciones del autor, respecto a una persona u objeto de inspiración; mientras que la narrativa, como vimos en clases, nos cuenta historias.

Aquí, un ejemplo de poema lírico: "Soneto V" de Garcilaso de la Vega.

 

Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

 En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

 Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.

 Cuando tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

 

Vemos en este poema el uso de diversos  recursos literarios, pero además expresiones que giran en torno a las sensaciones que provoca el amor, por tanto expresión de sentimientos. Como ejemplo de poema narrativo tenemos "Romance del enamorado y la muerte", anónimo.


Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores,
que en mis brazos los tenía.

 Vi entrar señora muy blanca,
muy más que la nieve fría
- ¿Por dónde has entrado, amor?
¿cómo has entrado a mi vida?
Las puertas estan cerradas,
ventanas y celosías.
- No soy el amor, amante.
Soy la muerte, Dios me envía.
- Ay, muerte tan rigorosa,
déjame vivir un día!
- Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.
Muy de prisa se calzaba,
más de prisa se vestía.
Ya se va para la calle
en donde su amor vivía.

- ¡Abreme la puerta, blanca!
¡ábreme, la puerta niña!
- ¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue a palacio,
mi madre no está dormida.
-Si no me abres esta noche
ya no me abrirás, querida.
La muerte me anda buscando,
junto a ti vida sería.
- Te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el hilo no alcanzare
mis trenzas añadiría.

Se rompió el cordón de seda
la muerte que ahí venía:
- Vamos, enamorado,
que la hora ya es cumplida.  

 

Aquí hay protagonistas, vemos el desarrollo de una historia en una estructura narrativa (inicio, nudo, desenlace), las acciones se desarrollan en el tiempo y en lugares determinados e incluso hay diálogos.

Hoy las canciones populares, si bien tratan sobre individuos e identidades culturales actuales,  no dejan de ser poemas cantados: además de tener tradicionalmente versificación poética, sus autores recurren frecuentemente a técnicas y expresiones estilizadas propias de la poesía, describen sentimientos y cuentan historias. Por ello también pueden clasificarse  en narrativas o líricas. 

 

La propuesta  es simple: escuchar  canciones en español (o traducidas) y elegir, entre éstas, una canción lírica y una narrativa. Pueden comentar en la publicación del Facebook sus elecciones, indicando  Título de la canción, intérprete o grupo y por qué las eligieron. 

 

 

 

lunes, 12 de septiembre de 2011

El mundo


Te invito a compartir este minicuento de Eduardo Galeano extraído  de “El libro  de los abrazos”.

 Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

Encendiendo fueguitos
1-¿Con cuál de los fuegos te identificas y por qué?
2- Los fueguitos representan nuestras personalidades. Hay algunas de ellas que no están representadas en este breve cuento. ¿Qué otros fueguitos agregarías y cómo los describirías? 




domingo, 4 de septiembre de 2011

Espantos de agosto



Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar. 

-Menos mal -dijo ella- porque en esa casa espantan. 

Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente. 

Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casas encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor caribe que ninguno de tantos era el más insigne de Arezzo. 

-El más grande -sentenció- fue Ludovico. 

Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quien Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor. 

El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanzas de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la más usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningún carácter, con muebles de diferentes épocas abandonados a su suerte. Pero en la última se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico. 

Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que más me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio. 

Los días del verano son largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar. 

Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no. 

Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. "Qué tontería -me dije-, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos". Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.



Gabriel García Márquez


Para pensar y opinar:
- ¿Qué te pareció cuento?
- ¿Pensás que esto es algo que ocurrió realmente a una familia? ¿Es realista el cuento? ¿Qué fragmentos le dan verosimilitud al cuento?
- ¿En qué parte crees que se mezcla lo real con lo fantástico?
- ¿Por qué pensás que Miguel Otero Silva no restauró o modificó la habitación de Ludoviko?
- ¿Existen los fantasmas?